sábado, 31 de enero de 2015

El post del otro día

Si sois observadores... (que a buen seguro lo sois), os habréis percatado que el 12 de diciembre de 2005... ¡fue un lunes, no un miércoles!

¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¿Es un gazapo lingüístico? (Otramente llamado lapsus lingüe; -no sé si se escribe así-).

¡El caso es que yo recuerdo perfectamente que el día que empecé a hacer el blog era un miércoles! Y pienso mantenerme en mis trece: ¡era miércoles! Ahora, es evidente que la memoria aquí me juega una mala pasada.

¿Debería psicoanalizarme? Pero, ¿no habíamos quedado en qué el blog era precisamente para esto, para liberar este tipo de contradicciones que “habitan” en los sesos de una?

En fin, qué le vamos a hacer...


jueves, 29 de enero de 2015

La historia de mi blog

El primer blog que tuve noticia que existía en el mundo fue uno que se llamaba Blog de una señora gorda, a principios de la década del los años 2000; aunque de señora gorda nada, ¡luego se supo que quien lo escribía era un periodista argentino! Pero de buenas a primeras me había hecho bailar la cabeza que un ama de casa sin conocimientos informáticos supiera como se hacía un blog, y yo en cambio no lo sabía.

Por aquella época yo tenía en la cabeza la idea de hacer una página web sobre Italo Calvino, pero no veía la manera de poder materializarlo.

También por aquella época me apunté a un grupo de correo de lectura de la obra de Jane Austen; estuve interactuando en ello quizá un par de añitos.

Un día, una compañera del grupo de lectura dijo que “había creado un blog”(¡!), para explicar unos detalles de no sé qué. ¡Había creado un blog! Y no parecía que fuera demasiado difícil...

Así descubrí el blogger.

El miércoles 12 de diciembre de 2005 llegué a casa del trabajo, decidida a publicar mi primer post. Me lo había estado pensando un par de días, como un halcón que rodea con su vuelo una presa que no quiere que se le escape, y aquel día me lancé.

Ya tenía el blog. (La compañera del grupo de lectura me ayudó con unos detalles de unas dudas que tenía; entonces la parte técnica no era tan intuitiva como ahora).

Al principio empecé con una cierta desconfianza, como quien tantea con el dedo gordo del pie la temperatura del agua antes de lanzar-se a ella, pero al publicar dos o tres posts como  prueba (que todavía no eran posts escritos expresamente para el blog, excepto el saludo inicial, sino que eran unos textos que ya tenía escritos de antes), y al ver que podía publicarlos y que no pasaba nada malo, enseguida me animé y empecé a escribir expresamente para el blog. Con pocos días supe que aquello sería muy importante para mí.

Eran los primeros días de tener el blog, todavía no me leída nadie, pero yo escribía muy emocionada,  con una ilusión incomparable, como si hubiera “publicado”. Y había publicado. ¿O no?


miércoles, 28 de enero de 2015

¡Ah de las modas!

«El blog ya no lo lee nadie... El facebook, en cambio, sí.» – José Miguel López – DiscópolisRadio 3

martes, 27 de enero de 2015

El trozo de pastel

En las novelas La novela de Genji, y La princesa de Clèves, que las podríamos considerar novelas de época, aunque una sea de una época más antigua que la otra, encontramos una coincidencia curiosa: el hecho que, al morir el rey o el emperador, sea necesario que la amante oficial devuelva los sellos de lacre, es decir, las herramientas y la documentación con las que el monarca firmava las órdenes, y que permitía a la favorita y a los suyos el poder “de facto”, el poder de firmar en nombre del que mandaba.

Tanto en la una como en la otra novela, al morir el cabeza de estado y ser sucedido por otro, el bando del sucesor es lo primero que hace, recuperar los sellos de lacre...

Todo eso pasaba mucho antes de la tecnología. Hoy en día devolverían alguna tarjeta opaca, o vete a saber... Es un buen ejemplo del tipo de poder que podían (y pueden) ejercer las mujeres... “el bello sexo”: el poder basado en su belleza.



lunes, 26 de enero de 2015

El país de las intrigas

He leído La princesa de Clèves, de Madame de la Fayette, y esta sí que es una novela en la que se corre el peligro de dejar escapar unas filtraciones que nos estropeen la historia... (Como que el principal tema de discusión sobre este libro es hablar del porqué del final, si no lo explico – y no lo explicaré-, las cosas que se pueden decir de él son muy limitadas).

El argumento: una dama de la corte del rey de Francia del s. XVII se ve tentada a ser infiel a su marido (ella lo respeta mucho pero no está enamorada de él) con otro hombre de la corte muy atractivo. La novela es esto, los pensamientos y elucubraciones de la dama respeto a cual ha de ser su comportamiento.

El final es genial, pero no lo contaré.

* * *


Me gustaría hacer un apunte sobre la sociedad en la qué está inserida esta novela, la corte del rey de Francia en el s. XVII, que se ve muy y muy bien reflejada en el libro. Se ve perfectamente como toda esta pandilla de aristócratas privilegiados viven en la corte y no trabajan ni tienen otra tarea que las intrigas cortesanas, los enamoramientos y el cotilleo. A pesar de lo qué en principio pueda parecer en un ambiente tan opulento, no debía ser un ambiente fácil en el qué encontrar el propio lugar en el mundo, y a mí esta especie de vida, tan social y tan marcada por las apariencias, me provoca un poco de angustia, la verdad. Caer en desgracia o quedarse sin amigos en un lugar de relaciones tan superficiales e interesadas debía ser terrible. (Y digo esto aunque no tiene nada que ver con lo que pasa en el libro. Se trata simplemente de un comentario mío).

domingo, 25 de enero de 2015

Nota mental

(nota mental/desafío intelectual): Explicar otra novela que he leído, escrita por una mujer, sin recorrer al  socorrido concepto de “sensibilidad”...

sábado, 24 de enero de 2015

Como una visión

He leído Al faro, novela de Virginia Woolf.

Ya sabéis de mi mega-ultra-super entusiasmo por esta escritora. Pero soy objetiva cuando digo que esta novela literariamente vale mucho, y que, además, me ha gustado muchísimo. Muchísimo.

No sé como explicarla, o sé como transmitiros que tenéis que leerla... ¿Argumento? Es qué, en realidad, no pasa nada... Unos cuantos diálogos, la vida de una familia... La ilusión de una excursión familiar en barca hacia un faro lejano... No pasa nada, pero pasa lo más importante: el tiempo. Se trata del paso de muuucho tiempo en la vida de una familia inglesa acomodada de principios del s.XX. Nada más. El verdadero protagonista de esta novela es el paso del tiempo, y explicado con una gran sencillez, además.

No me pondré a analizar los rasgos autobiográficos de la novela, cosa que depasaría mi sapiencia, pero funciona perfectamente como novela, y no hace falta saber exactamente en qué rasgos dela vida de la autora se basa para comprenderla. Está todo perfectamente macerado, como ficción que es. Como otra novela de autora femenina que comentaba el otro día, es la sensibilidad de la autora la que actúa como cedazo del material real en que se pudiera basar, que se pierde en el espacio y el tiempo, y que a la hora de leer tampoco nos interesa tanto. Cronológicamente, se trata de un material más cercano a nosotros que la novela de “época” de otro día. Esta novela se podría considerar contemporánea, incluso.

Es una auténtica obra de arte, y si jamás una novela ha merecido el calificativo de “cuadro”, “pintura”, o “lienzo”, es esta. Nos trasmite una visión, vemos esta visión: un rayo de sol, el latido de un alma que vive para crear. Es sublime. No exagero. El efecto que hace el final de esta novela depasa lo que soy capaz de transmitir. Me ha cautivado. Ahora, espíritus poco sensibles, abstenerse...



viernes, 23 de enero de 2015

La novela resplandeciente

He leído La novel·la de Genji, el príncep resplendent; (La novela de Genji, el príncipe resplandeciente); (Genji Monogatari), la versión en catalán (hay un par el castellano más extensas), de la escritora japonesa del s.XII Murasaki Shikibu.

Se trata de un libro muy curioso.

Siempre, cuando se menciona este libro, o esta escritora, se hace difícil no tener en cuenta lo qué dijo de él Harold Bloom: “Nunca volvemos a pensar en el amor de la misma forma después de haber leído este libro”, y “Murasaki es el genio del deseo”, que, en principio pueden parece dos frases exageradas.

En un mundo (el nuestro), donde parece que ya está todo dicho, y más sobre el amor, un tema tan recurrente y tan común, la sensibilidad en la explicación de las aventuras amorosas de este joven príncipe japonés “resplandeciente”, la delicadeza con que la autora crea una nueva vestimenta explicativa para decir lo mismo, es decir, contar una nueva aventura amorosa suya, es realmente maravilladora. Genji es un Don Juan, pero un Don Juan que nos cae bien, y que no nos deja indiferentes con su belleza, sus manera exquisitas, ¡y su caligrafía!

A pesar que lo he leído sea sólo un breve fragmento de un libro que se ve que es larguísimo, parece que con la traducción se haya pellizcado una de las partes más jugosas. No sé de cuantas manera se puede explicar lo mismo (tantas como personas enamoradas hay en el mundo, me imagino), pero parece que no cuesta hacerse el cargo de cómo debe ser el resto del libro.

Ahora, a pesar que este Genji sea muy resplandeciente, sus maneras amatorias exquisitas, y su caligrafía excepcional, una no puede impedir ver la profunda injusticia hacia las mujeres de la sociedad japonesa de aquella época. Debía ser terrible.

En definitiva, un libro que me ha gustado mucho, y que ha conseguir mantener la intriga, incluso, a pesar que sean sucesivas muchas maneras de explicar lo mismo. La manera como se varían los escenarios, las personalidades, las circunstancias... La autora consigue hacer cada nueva conquista diferente, creíble y humana, y pintar unos personajes de carne y hueso (Genji y la nueva amante), cuando, con tanta variedad, y tanto pasar lo mismo, podrían no pasar de meros clichés.

No son clichés, al contrario, se aprecia una gran imaginación para “variar el cuadro”, y hacer cada nueva conquista especial y meritoria, y no nos percatamos que este Genji es un penco. Se esfuerza tanto por cada nueva amante, que trata como única y especial, que eso le hace a mi pesar un poco más entrañable de lo que debería ser alguien como él.

No sé si el Japón actual se parece demasiado al Japón dibujado en este libro (me temo que en lo referente al machismo sí), pero en fin, se trata realmente de un viaje por el tiempo y el espacio a un mundo que no creo que haya sido así exactamente nunca, tan sensible (porqué el mundo jamás es sensible), pero si entendemos que el mundo al qué viajamos no es un tiempo y un espacio concretos sino al alma de la autora (las almas sí que pueden serlo, de sensibles), es realmente un viaje maravilloso y exótico guiados por la imaginación y la sensibilidad de una escritora excepcional.

* * *

Algo que no deja de transmitir cierta ironía es el hecho que el protagonista use muchas veces la “excusa” de qué con su nueva conquista sus almas habían estado juntas en otra vida, y que por ello desean tanto encontrarse en esta.

Esto, la primera vez que lo oímos, nos suena muy romántico y espiritual, pero cuando ya lo hemos oído un par o tres veces vemos que incluso sus sirvientes lo usan para hacer francachela.

En fin, que por lo que parece este Genji ha tenido unas “otras vidas” muy variadas...

* * *

A pesar que cuando no lo había leído el libro me pareció que exageraba, ahora estoy de acuerdo con lo qué dice Harold Bloom: “Nunca volvemos a pensar en el amor de la misma forma después de haber leído este libro”, y “Murasaki es el genio del deseo”. Con estas frases consigue explicar la gran sensibilidad de esta novela de la manera más perspicaz posible. No se puede pedir más, ni de un crítico literario ni de una novelista.





jueves, 22 de enero de 2015

Principios de lectura

He dicho más de una vez que ya no leo novelas, solamente poesía y ensayo. Pero también he dicho alguna vez que tenía unas cuantas novelas que me había comprado antes de parar de leer novelas, y que me las leería aunque lo que ahora leyera principalmente no fueran novelas.

Las leeré porque tengo el ejemplar, y lo mejor que se puede hacer con un libro es leerlo, ya que aquel ejemplar ha ido a parar a mis manos (y no por casualidad). (Y aunque ahora me interesen más otros tipos de lecturas). No quiero tener libros que no me he leído, y estos todavía puedo leerlos... Pues los leeré.

* * *

Y los comentaré en el blog, claro... Curiosamente me pasa que, de entre todos los libros que leo, las novelas son las que encuentro más asequibles a la hora de comentarlas, aunque siempre haya el peligro de hacer unas filtraciones que pueden estropear la intriga a más de uno; siempre parece que comentar una novela genera una empatía que comentar otro tipo de libros no genera... No lo sé. Debería pensar en ello...


miércoles, 21 de enero de 2015

Piscina de libros por leer

El otro día leía un blog donde el propietario confesaba que había llenado de libros el último tabique libre que le quedaba en casa, y que ahora podía decir que ya tenía todas las paredes rebozadas (de libros), y que ya no le quedaba más espacio.

En ese post afirmaba que toda biblioteca personal es “un proyecto de lectura”, confesando así que tenía muchos libros que todavía no se había leído. Y, además, decía que no se consideraba obligado a leerlos por el solo hecho de tenerlos...

A pesar de ello, reconocía que tantos libros podían confundir a las visitas, que en su buena fe siempre creerían que se los había leído todos...

Leyendo ente testigo, me sentí vagamente interpelada... ¿Me los he leído todos, yo, mis libros? ¿Los tengo para leérmelos?

No me gusta percatarme, ni tener que confesar, que tengo muchísimos que no me he leído, todavía. Pero yo me los he comprado pensando que me los leería, ¡y me los pienso leer! No quiero de ninguna manera que mis libros se convierten en una masa caótica e indefenciada, que crece sin orden ni concierto, ni que el desorden y la pereza me venzan. Jamás me he comprado un libro que no me interesara realmente, sobre todo en los últimos tiempos. Antes podía haber cometido algún error, pero es así como se aprende. Además, aunque se tarde muuucho tiempo en leerlos, los libros te esperan.

Leerlos todos... o el 90%. Este será mi próximo propósito.

* * *

Si tengo estos libros (y no otros), es, en general, porqué de cada libro que me he comprado siempre he creído que me lo compraba porqué podía aprender algo de él; yo no compro libros a la babalá; siempre he creído que cada libro que me compraba podría ayudarme (una vez leído), -además de a pasar un buen rato y llenar mi soledad-, al aprendizaje de la escritura. Pero solamente teniendo el libro en la estantería no se aprende a escribir... (¡Ay!)

¡Tengo que lanzarme a la piscina!

* * *

Con eso quiero decir que aunque yo tenga muchos libros que –todavía- no me he leído, no estoy de acuerdo en tener libros que no se  hayan leído; creo que los libros que se tienen son para haberlos leído... o releído, incluso. Y eso es lo que intentaré. También creo, que, con Helen Hanff, que si un libro no te ha gustado puedes deshacerte de él; no hay nada menos sacrosanto que un mal libro...


miércoles, 14 de enero de 2015

El deseo de cultura

La tan amplia como falsa democracia ha logrado mezclar lo feo con lo hermoso

«El deseo es la base de la existencia. Su primer impulso y su última justificación. No hace falta decir más. El indeseado es como un cadáver y quien ya no desea nada más ha perdido la razón para seguir. El deseo lo vale todo al punto de que más allá del deseo, el deseo mismo consiste, exasperadamente, en el deseo de desear. Mientras la ecuación funciona hay fuerzas para no morir.

En términos sociales, la acentuación del deseo coincidió, en la etapa consumista, con la prosperidad. A muchos les parece el consumismo un veneno pero, por el contrario, fue un elixir. Ahora nos damos cuenta cuando todo aquello pasó y estamos desmoronados. Sin embargo, siendo el deseo fundamental, no se reduce, por supuesto, a desear objetos, spas, sexo, viajes y cosas así. Antes del consumismo hubo una época en que la cultura se deseaba como bien superior. Ser culto o acceder a la cultura era tan estimable como para atribuirle buena parte de la felicidad o el mejor disfrute de este mundo. El ciudadano culto transmitía la impresión de que obtenía mayor placer paseando por una nueva ciudad, leyendo un nuevo libro o viendo un nuevo cine que quien no disponía de ese caudal. La cultura actuaba como alternativa al dinero y otros tópicos como un universo exquisito en donde hasta el bien y el mal se engalanaban y tanto el odio como el desprecio, la ternura o la amistad adquirían una superior densidad copulativa.

El deseo de cultura venía a ser, en fin, el deseo de poseer unos saberes y sabores especiales para degustar la vida pero incluso, los pensamientos sobre la muerte o el sufrimiento adquirían un plus de reflexión. Los incultos no sólo no sabían esto o aquello sino que, por decirlo exactamente, "ni se enteraban”. La traza de su paso por la existencia raramente abría caminos ni, por supuesto, se adornaba con los detalles que componían, en el lienzo o en el lecho, la joie de vivre.

Pero esta demanda o aspiración de ser culto ha desaparecido con una facilidad y rapidez impensable. Una desaparición tan súbita y radical que se parece en todo a la pérdida del bienestar o a la ruina de cientos de miles de empresas y millones de trabajadores.

Ciertamente todos quieren hoy conocer, sea por inercia, por razones de empleo o por no perder su relación con los smartphones. “Queremos saber”, decía el programa de Mercedes Milá. Pero una cosa es querer saber cuál es la dirección de una calle y otra saber el qué. La demanda de conocimientos direccionales ha cubierto de masters, cursillos on line y universidades fantasmas el panorama de la educación. Pero como ya se llama cultura a casi todo es inútil distinguir lo egregio de lo chabacano. O, de otro modo, de la misma manera que mucho sexo es igual al rancho sexual, cultura a granel es igual al saldo de la cultura.

Lo culto fue, hace apenas unas décadas un valioso túmulo al que se pertenecía o no se pertenecía. Los cultos y los incultos se distinguían tal como los agraciados y los desgraciados. Pero la tan amplia como falsa democracia de estos años ha logrado el efecto de no abrir las puertas de la Cultura a más gente sino de mezclar lo feo con lo hermoso, lo bueno con lo mediocre y lo humano con los X-Men.

¿Ser culto? ¿Para qué? ¿Cómo reconocer hoy aquél intenso deseo de serlo? A semejanza del mundo de las redes sociales no hay ahora un claro anillo que delimite el olor de la excelencia. Chapoteando en esta circunstancia inodora, la cultura ha ido enfangándose, descaracterizándose y, finalmente, decidiendo convertirse en mierda (freudiana). ¿El deseo de esta cultura? ¿La infantilización freudiana de la sociedad? Todo es parte de lo mismo: la fusión del oro y el excremento. El reciclaje del desecho en bolsos de Prada. La transformación de la concupiscencia intelectual en un pecado venial de bajo rango. »


Vicente Verdú

miércoles, 7 de enero de 2015

Vislumbres de futuro

Mi biblioteca me sirve, sobre todo, para soñar: soñar que me he leído todos estos libros, y que gracias a ello me he convertido en una gran escritora...

En realidad, de libros leídos solamente hay la mitad...

Y, respeto a eso de ser escritora... En fin, todavía escribo, que es más de lo qué creía que podría decir sobre mí misma hace diez años... (Aunque siempre he escrito, y siempre he estado convencida que escribiría, ha habido – todavía los hay- momentos de desanimo).

Ahora, todo aquello de ser novelista para “arrasar con todo”, lo tengo completamente encallado. Quizá necesitaré un poco más de tiempo... Tampoco hay ninguna prisa... Los cuarenta, “la edad” por antonomasia para los escritores, empiezan a vislumbrarse en el horizonte... Y, me pregunto... ¿hay “plan b”? Pues ni, no hay “plan b”... Y, ¡recorcholis!, ¡no quiero para nada que lo haya, de “plan b”!