He releído Una mirada atrás, la autobiografía de Edith Wharton. Eso
sí que es un libro valioso, en comparación con las calidades más comerciales de
los otros dos libros de los qué he hablado previamente, el de Escribir es
vivir, de José Luis Sampedro, y el de Con derecho a cocina, de Mary
Higgins Clark. Un libro con más enjundia, por decirlo de alguna forma... Y qué,
claro, no puede leerse rápido ni hojear... Leerlo es más difícil. Un libro que
incluso debería releerse... (De todos modos, la primera vez que leí este libro
–y que leí las novelas buenas de Edith Wharton-, fue hace muchos años, en el
siglo pasado, podríamos decir, y casi no recordaba nada, de esta autobiografía.
Las novelas en cambio las recuerdo más, no mucho más pero sí un poco más:
algunas me han marcado e incluso se me haría cuesta arriba releerlas. Pero de
todos modos ya hacía muchos años que no recordaba nada de todo esto.)
¿Cuál sería la principal diferencia que incidiría en la calidad, en
comparación con los otros dos libros?
Pues que la obra de Wharton nos explica “como es la sociedad”, o “como son
las sociedades”, en las qué ella vivió. Su mundo de persona acomodada, una
manera de hacer que las Grandes Guerras barrieron. La vieja Nueva York, la
Europa de principios de siglo, el París de entreguerras...
* * *
Una cosa que llama poderosamente la atención es qué, leyendo sus novelas de
ficción, vemos que Edith Wharton tiene una visión pesimista de su mundo, que
tiene la visión de una persona marcada por una cicatriz psíquica profunda, que
tiene una visión de amargada respecto todo aquello.
(Eso se ve especialmente, y de una manera terrible, en sus novelas La
casa de la alegría y Ethan Frome. Y quizá también en menor medida en
Vieja Nueva York, que también podríamos considerar un libro de cuentos.
Se percibe en ellos una gran rabia contenida por todo aquel mundo. Sus otras
dos novelas buenas, La edad de la inocencia y Las costumbres del país,
tampoco son nada halagüeñas en este aspecto.)
En cambio, leyendo esta su autobiografía, sentimos como si se hubiera
reconciliado con todo lo que la hizo sufrir de jovencita, y el libro resulta
incluso alegre.
* * *
No me lo explico demasiado, ni ella tampoco se lo debía explicar, pero se
intuye. Quizá porqué puso la amargura en los libros, en sus obras de ficción,
y, viniendo a vivir a Europa, su vida fue por otros caminos. Pudo apartarse a
tiempo de aquella sociedad que ahogaba y que la ahogaba (algo que negó de plano
a sus personajes de ficción). La autobiografía deja incluso la sensación de una
cierta nostalgia por aquel mundo, lo que resulta paradójico porqué ella sabía
que, si se hubiera quedado, aquel mundo habría frustrado sus instintos
creativos y la habría destruido.
* * *
La importancia de tener a alguien real que vea la obra de una de manera
real, alguien con quien hablar de libros y de arte en general: su amistad con
Henry James.
* * *
A pesar de la profunda cicatriz psíquica, el paso de Edith Wharthon por la
existencia puede considerarse aceptable, y en este libro lo explica bien,
aunque sin entrar en dramatismos. (Reservó los dramatismos para su obra de
ficción, y de qué manera...)
En al autobiografía se nota que tiene unos amigos con los qué quiere quedar
bien, o con los qué querría quedar bien si todavía estuvieran vivos... Amigos
de la vieja Europa... (Ella ya es muy mayor cuando escribe este libro).
En sus obras de ficción, en cambio, no le hacia falta quedar bien con
nadie, y allí es donde podía cargar las tintas y descargar toda su amargura
hacia aquella sociedad provinciana neoyorquina (una Nueva York que todavía no
era lo que es ahora); una sociedad marcada por las apariencias, la hipocresía y
la ignorancia de quien podría saber pero no quiere saber; que hacía sufrir, y
que la hizo sufrir.
En resumen, Una mirada atrás, el libro autobiográfico de Edith
Warthon, un libro a tener en cuenta muy seriamente para todo el mundo que
quiera escribir, o simplemente un buen libro para leer, más allá de la
simplicidad de los libros comerciales del mundo actual.