Me acuerdo que, una de las primeras veces que chateé por internet (¡qué
tiempos aquellos en los qué no había internet), hablé con alguien que me dijo
que había intentado escribir una novela, y que la quería situar en Inglaterra.
Y me dijo que, una novela, para ser buena, tenía que situarse en Inglaterra.
(Entonces todavía no sabía que Cervantes estaba considerado el progenitor dela
brillante novelística anglosajona).
Pensé... ¿y qué debe saber esta persona, de Inglaterra?
¿y, por qué narices, pensé, una novela, para ser buena, debe situarse en
Inglaterra? Y estoy segura que se trataba de alguien de aquí que no sabía ni
inglés...
* * *
Pensando en ello, recordé mis lecturas juveniles de Enid Blyton, Los
Siete Secretos y Los cinco, casualmente (¿o no tan casualmente?)
situados en Inglaterra.
Los secretos eran urbanitas, pero a los cinco el paisaje inglés no les era
ajeno, sobre todo las cosas rocosas y el mar... Paisaje, las costas atlánticas,
muy diferente a las costas mediterráneas, hasta entonces el único mar del qué
sabía algo.
Allí, el mar, con toda su fuerza telúrica que en la Mediterránea parece
haber estado domesticada, y aquellas mareas impertinentes como un reloj, todo
aquello no se parecía nada al amable mar de aquí, y que desde entonces siempre
me ha parecido muy inofensivo, como un juguete que te lame los pies, comparado
con el océano de allí. Allí el mar era –es- algo muy serio. (De todos modos, esto del juguete que te lame los pies es mi experencia personal, para los immingrantes que intentan cruzarlo desesperados, este mar de juguete no tiene nada...)
* * *
Con los años y las lecturas, me he ido encontrando estas misma costas
inglesas, a veces realmente muy desangeladas, en unos cuantos libros, novelas,
curiosamente situadas... en Inglaterra. Libres donde el paisaje –y este mar, y
esta costa-, se nos muestra con toda su magnificencia, convirtiéndose incluso a
veces en importante para el argumento.
Hace poco leí Al faro, de Virginia Woolf, de la qué ya hablé en el
blog. Un día no demasiado lejano tengo en la cabeza leer Las olas, de la
misma autora.
Recuerdo que P.D. James dice en su libro autobiográfico La hora de la
verdad (que reconozco que dejé a medio leer), que se decidió a ponerse
manos a la obra de su primera novela (decidió convertirse en novelista) mirando
el mar batir las rocas en una cala inglesa expuesta al viento – si no recuerdo
mal-. Ella siempre había soñado vagamente en ser novelista... y allí, contemplando
aquel mar desangelado, se decidió a ponerse a ello.
Pero las novelas que quería mencionar para explicar lo que quiero decir
son:
La piedra lunar (Wilkie
Collins, la estoy leyendo)
Rebecca (Daphne du Maurier,
la leí hace tiempo)
El regreso (Rosamunde
Pilcher, también la leí)
(si no las habéis leído ya podéis ira a buscar una edición de ellas, que
son muy entretenidas y hacen de muy buen leer; tienen aquello que se llama
intriga)
* * *
En estas novelas, a pesar de sus grandes diferencias, y que no tienen nada
que ver unas con las otras ni en sus autores ni en su época ni en su acción, se
repite el mismo cromo, podríamos decir: una casa (lo que aquí sería una casa
solariega, o un caserío, que allí es una casa señorial), que tiene una costa desangelada
muy cerca en la qué los protagonistas pueden llegar yendo a pie desde la casa.
Parece mentira como en estos libros tan diferentes que no tienen nada que ver
entre ellos se repite la misma descripción. Esto es porqué en ellos está explicando una verdad de cómo
es el paisaje de allí, como es la costa inglesa. Es la fuerza telúrica del
paisaje arenoso y rocoso y ventoso de las costas inglesas.
Parece que una buena novela necesitaría de una casa solariega y de una
playa adyacente... Con este paisaje impresionante y desangelado de su mar...
¿Quién dice que aquella voz no tenía razón, y que una buena novela no debe
situarse en Inglaterra?
* * *
(Lo digo sin ánimo de ser chovinista. En realidad, no estoy demasiado de
acuerdo con esto de qué una buena novela deba pasar por fuerza en Inglaterra...
Las mejores novelas decimonónicas (y ya sé que esta novelas de las qué os hablo no lo son todas, de decimonónicas), pues las mejores novelas decimonónicas me continúan pareciendo las escritas en
francés y en ruso... pero en fin... la buena literatura debe estar por encima
de las fronteras, deber ser universal... Y el mar y su fuerza telúrica es una
de las cosas más universales de las qué podemos disfrutar -y sufrir- los seres humanos).