domingo, 6 de septiembre de 2015

Las buenas novelas y el mar

Me acuerdo que, una de las primeras veces que chateé por internet (¡qué tiempos aquellos en los qué no había internet), hablé con alguien que me dijo que había intentado escribir una novela, y que la quería situar en Inglaterra. Y me dijo que, una novela, para ser buena, tenía que situarse en Inglaterra. (Entonces todavía no sabía que Cervantes estaba considerado el progenitor dela brillante novelística anglosajona).

Pensé... ¿y qué debe saber esta persona, de Inglaterra? ¿y, por qué narices, pensé, una novela, para ser buena, debe situarse en Inglaterra? Y estoy segura que se trataba de alguien de aquí que no sabía ni inglés...

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Pensando en ello, recordé mis lecturas juveniles de Enid Blyton, Los Siete Secretos y Los cinco, casualmente (¿o no tan casualmente?) situados en Inglaterra.

Los secretos eran urbanitas, pero a los cinco el paisaje inglés no les era ajeno, sobre todo las cosas rocosas y el mar... Paisaje, las costas atlánticas, muy diferente a las costas mediterráneas, hasta entonces el único mar del qué sabía algo.

Allí, el mar, con toda su fuerza telúrica que en la Mediterránea parece haber estado domesticada, y aquellas mareas impertinentes como un reloj, todo aquello no se parecía nada al amable mar de aquí, y que desde entonces siempre me ha parecido muy inofensivo, como un juguete que te lame los pies, comparado con el océano de allí. Allí el mar era –es- algo muy serio. (De todos modos, esto del juguete que te lame los pies es mi experencia personal, para los immingrantes que intentan cruzarlo desesperados, este mar de juguete no tiene nada...)

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Con los años y las lecturas, me he ido encontrando estas misma costas inglesas, a veces realmente muy desangeladas, en unos cuantos libros, novelas, curiosamente situadas... en Inglaterra. Libres donde el paisaje –y este mar, y esta costa-, se nos muestra con toda su magnificencia, convirtiéndose incluso a veces en importante para el argumento.

Hace poco leí Al faro, de Virginia Woolf, de la qué ya hablé en el blog. Un día no demasiado lejano tengo en la cabeza leer Las olas, de la misma autora.

Recuerdo que P.D. James dice en su libro autobiográfico La hora de la verdad (que reconozco que dejé a medio leer), que se decidió a ponerse manos a la obra de su primera novela (decidió convertirse en novelista) mirando el mar batir las rocas en una cala inglesa expuesta al viento – si no recuerdo mal-. Ella siempre había soñado vagamente en ser novelista... y allí, contemplando aquel mar desangelado, se decidió a ponerse a ello.

Pero las novelas que quería mencionar para explicar lo que quiero decir son:

La piedra lunar (Wilkie Collins, la estoy leyendo)

Rebecca (Daphne du Maurier, la leí hace tiempo)

El regreso (Rosamunde Pilcher, también la leí)

(si no las habéis leído ya podéis ira a buscar una edición de ellas, que son muy entretenidas y hacen de muy buen leer; tienen aquello que se llama intriga)

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En estas novelas, a pesar de sus grandes diferencias, y que no tienen nada que ver unas con las otras ni en sus autores ni en su época ni en su acción, se repite el mismo cromo, podríamos decir: una casa (lo que aquí sería una casa solariega, o un caserío, que allí es una casa señorial), que tiene una costa desangelada muy cerca en la qué los protagonistas pueden llegar yendo a pie desde la casa. Parece mentira como en estos libros tan diferentes que no tienen nada que ver entre ellos se repite la misma descripción. Esto es porqué  en ellos está explicando una verdad de cómo es el paisaje de allí, como es la costa inglesa. Es la fuerza telúrica del paisaje arenoso y rocoso y ventoso de las costas inglesas.

Parece que una buena novela necesitaría de una casa solariega y de una playa adyacente... Con este paisaje impresionante y desangelado de su mar... ¿Quién dice que aquella voz no tenía razón, y que una buena novela no debe situarse en Inglaterra?

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(Lo digo sin ánimo de ser chovinista. En realidad, no estoy demasiado de acuerdo con esto de qué una buena novela deba pasar por fuerza en Inglaterra... Las mejores novelas decimonónicas (y ya sé que esta novelas de las qué os hablo no lo son todas, de decimonónicas), pues las mejores novelas decimonónicas me continúan pareciendo las escritas en francés y en ruso... pero en fin... la buena literatura debe estar por encima de las fronteras, deber ser universal... Y el mar y su fuerza telúrica es una de las cosas más universales de las qué podemos disfrutar -y sufrir- los seres humanos).


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