«De todas formas, parece que cuando el autor lanza estos estímulos al
viento, se dirige, no a los que desaprovecharan su libro o los que nunca lo
agarraran, sino a los pocos que lo entenderán, mucho mejor que sus compañeros
de escuela y de vida.»
«_ ¡Un narrador de historias! ¿Qué tipo de negocio puede ser esto? ¿Qué
manera de glorificar a Dios o de ser útil a la humanidad puede significar esto
en estos tiempos? ¡Caramba, qué tipo tan degenerado!»
«Parecían haber desaprovechado todos los granos dorados del saber práctico
que habían tenido tantas oportunidades de recoger, y haber almacenado
cuidadosamente todas sus memorias con las cáscaras de estos granos.»
«Ninguno de ellos, me imagino, había leído nunca una sola página de ninguna
de mis narraciones y si las hubieran leído no les habrían interesado nada de
dada; al fin y al cabo, tampoco no habría cambiado la cuestión que aquellas
mismas mágicas inútiles las hubiesen escrito la pluma de Burns o la de Chaucer,
ambos eran, en aquellos tiempos, funcionarios de Aduana, como yo mismo. Para un
hombre que ha soñado la fama literaria y a hacerse una categoría entre los
dignatarios del mundo en este medio, es una buena lección –aunque a menudo es
muy dura-, hacer un paso adelante y alejarse del estrecho círculo en qué se
reconocen sus reivindicaciones y percatarse que fuera de este círculo todo lo
que él lleva a cabo y tanto defiende está totalmente desprovisto de
significado.»
«En otro extremo de la habitación, en un rincón, había unos cuantos
barriles apilados uno sobre otro, que contenían legajos de documentos
oficiales. Grandes cantidades de porquerías similares estaban esparcidas por el
suelo. Era penoso pensar cuantos días, cuantas semanas, cuantos meses y años de
esfuerzo se habían dedicado a aquellos papeles podridos, que ahora sólo eran un
estorbo por el suelo, escondidos en este rincón olvidado donde nunca unos ojos
humanos volverían a mirarlos. Pero luego, ¿cuantos montones de otros
manuscritos, -escritos, no con el aburrimiento de las formalidades oficiales
sino con las ideas de cerebros ocurrentes y la rica efusión de los corazones
profundos- habían, igualmente, caído en el olvido? Y esto, además, sin haber servido a un propósito en su momento,
como habían servido aquellos papeles apilados, y –lo más triste de todo- ¡sin
haber proporcionado a los que los habían escrito la vida confortable que los
funcionarios de la Aduana habían conseguido con sus garabatos sin ningún
valor!»
«Luego, a esta hora, y con esta escena ante sí, si un hombre sentado solo,
no puede soñar cosas extrañas y hacer que parezcan verdad, no hace ninguna
falta que intente escribir novelas.»
«A mí –que he sido un observador calmado y curiosos, tanto en la victoria
como en la derrota-,»
«Mientras tanto la presión había empezado con mi asunto, y mi nombre y mi
estado decapitado salieron en los periódicos una o dos semanas, como el jinete
sin cabeza de Irwing, cadavérico y horrible, y deseoso de ser enterrado, (...).
Esto por lo que se refiere a mi Yo figurado. El Ser humano real, todo este
tiempo, con la cabeza bien asentada sobre los hombros, había llegado a la
confortable conclusión que todo era para bien; e hizo un gasto en tinta, papel
y una pluma, abrió su escritorio tanto tiempo en desuso y volvió a ser un
hombre de letras.»
La aduana
La letra escarlata
Nathaniel Hawthorne
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