jueves, 29 de octubre de 2015

Según el color del cristal con qué se mira

Cuando escuché esto de qué aquel chico, por el hecho de estar en silla de ruedas, podía entretenerse solo en casa con su ordenador, no lo dije en voz alta, pero en el fondo lo envidié mucho. Pensé: “¡Así se ahorra el enfrentarse al mundo!”

“Puede estar dedicado tranquilamente a sus cosas sin que nadie se ría de él ni susurre cuando él pasa, y sin que le parezca que todo el mundo le mira mal”.

Pensé que era una suerte poder estar solo en casa entretenido con las propias cosas, haciendo vida mental, y no haber de enfrentarse al mundo. (Un mundo que, en aquella época, fuera por la realidad, fuera por las fuerzas hostiles dentro de mi cabeza – la enfermedad-, yo vivía  como psíquicamente muy hostil). La gente nunca me ha gustado mucho, aunque yo para aislarme siempre he vivido en mis libros, y en la radio.

Yo no conocía a esta persona, pero en cambio, estoy segura que él no lo hubiera visto de esta forma, ni mucho menos. Que yo mirase como una tranquilidad de espíritu lo qué para él debía ser una gran desgracia (el haber de quedarse recluido dentro de su mundo), seguramente le habría hecho concluir que yo no estaba en mi sano juicio. Y quizá hubiera tenido razón.


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