martes, 27 de octubre de 2015

Un tranvía llamado internet

Hace años (muchos años), paseando por el pueblo, alguien dijo: “Aquí vive un chico que está en silla de ruedas, y que pasa todo su tiempo dedicándose a hacer cosas con su ordenador.” En aquel momento los ordenadores no eran demasiado comunes, internet no existía. Y aquella persona continuó: “Si yo me quedara impedido, creo que también me lanzaría a los ordenadores.”

Entonces, que aquel chico impedido se encerrara en casa para entretenerse con un ordenador –y no con la tele, por ejemplo-, era tan extraño como aquellos adolescentes japoneses que se encierran en su habitación, y no salen de allí durante años. Esto aunque estuviera impedido, y que por tanto tuviera una buena razón para no salir de casa.

Me he acordado de ello estos días que he estado sin conexión a internet. Hoy en día, sin conexión a internet el ordenador solo sirve de bien poco. Es como si le faltara algo, y sin duda le falta algo.

Fueron curiosamente premonitorias aquellas palabras: “Me lanzaría a los ordenadores”, como si esto fuera la última cosa desesperada a hacer solamente en caso de absoluta necesidad.

Y ahora, en cambio, todos nos hemos “lanzado a los ordenadores”.

Es evidente que el futuro no lo ves venir hasta que te ha atropellado. (Y no lo digo sólo metafóricamente).


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