En estos poemas que leo no se encuentra la naturaleza, sino una imagen
idealizada de la naturaleza, de una naturaleza amable, de paseo de domingo por
la tarde, y que resplandece con todo su zumo verde.
Estos poemas fueron escritos justo en el momento en qué la revolución
industrial ganaba terreno y hacía que la naturaleza se retirara de la vida de las personas, justo cuando el
ser humano empezó a estar alienado de la naturaleza, con la que hasta entonces
había vivido en comunión, que hasta entonces había visto de una forma más
inhóspita, con toda la dureza y salvajismo de la vida rural.
Son poemas muy bonitos que nos hablan de paisajes esponerosos, bellos,
verdes... pero domesticados: árboles y pájaros, musgo y zorros, fuentes y
lagunas. No es la selva, no es la tundra. Son paisajes hechos a la medida de la
añoranza de la naturaleza de la persona de ciudad, que va al parque de vez en
cuando cuando necesita una dosis de verdor, pero que vive y lucha lejos de la
comunión con el mundo natural.
No me imagino a un leñador de Alaska, que vive y sufre la dureza de la selva
virgen, leyendo poemas sobre la naturaleza. Y no por falta de cultura, sino
porqué su experiencia diaria real con la inmensidad del paisaje ya debe ser
suficientemente poética, dura y bella al mismo tiempo.
En cambio en estos poemas la natura es un jardín, y son la nostalgia de la
naturaleza de una persona de ciudad, la nostalgia de un verdor en el que ya no
sabría sobrevivir.
Creo que estos poemas
son leídos todavía ahora porqué las personas de ahora vivimos la naturaleza de
una manera muy diferente a como vivían la naturaleza los humanos primitivos, o
como vivían la naturaleza en la edad media, y que hay algo natural que nos
falta en nuestro mundo tecnificado, pero algo natural accesible y racional, a
la medida del ser humano, algo natural en lo que podamos perdernos con
serenidad y respirar. En estos poemas eso se nos muestra con todo su brillo.
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