Me percato que muchas personas peregrinan llenas de admiración a las
ciudades austriacas donde compuso Mozart, o a la Inglaterra rural de Jane
Austen y las hermanas Brontë, o a la casa de Josep Pla en un pueblecito de la
costa. Peregrinan allí, supongo, con la esperanza de “encontrar algo” de estos
artistas.
Sin encontrarlo mal, ¡faltaría más! (El fetichismo cultural que hay en
estos viajes admirativos es perfectamente lícito),
personalmente creo que el genio y lo que pueda quedar de estos grandes
artistas no debe buscarse ni en las casas donde vivieron ni en sus biografías
ni quizá en las fotografías o retratos de ellos que hayan podido quedar. Un
artista debe buscarse siempre en su obra. Todo lo demás son excusas para ir de
un lugar para otro o para cotillear un poco (¡oh! En su casa también hay mesas
y sillas!); o meter la nariz en debilidades que nos hacen estas personas excepcionales más cercanas, pero nada más. A veces admiramos más a un artista
que no leemos su obra o escuchamos su música.
“Aquel algo que queda de ellos” debe buscarse en su obra. Lo otro es
solamente turismo, entretenimiento.
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