Una vez leí en una novela el caso de un taxista aficionado a las apuestas
en los caballos a quien se había diagnosticado una ludopatía. No podía
continuar jugando, y él mismo encontró la solución: apuntarse en un cuaderno
todas las apuestas que hubiera hecho si se lo hubiesen permitido, cuanto
hubiera ganado y cuanto hubiera perdido, todo igual como si apostara de verdad,
pero sin apostar.
Por los resultados que reflejaba la libreta se alegraba de todo corazón de
no estar apostando de verdad, pero él jamás renunciaría a su nariz para los
caballos, al azar, ni se retiraría del mundo de las apuestas. Jugar de aquella
forma era como beber café con leche y azúcar, sin café, ni leche, ni azúcar; pero
ya veía que no tenía otro remedio.
A mí me pasa con los libros un poco lo que le pasaba a este taxista con las
carreras de caballos. Tengo “la codicia de los libros”, y me compraría
muchísimos, muchos más de los que soy físicamente capaz de leerme, solamente
para coleccionarlos.
Por ello tengo una lista de todos los libros que me compraría si pudiera,
ilimitada, paradisíaca. Y, aunque en la realidad pueda comprarme pocos, en las
lista los apunto (“los capturo”) como si pudiera permitírmelos todos...
Hacer una lista de los libros que me compraría si pudiera permitirme todos
los libros del mundo me ha ayudado mucho a no comprarme libros a la babalá.
Ahora sé que por cada libro que me compro estoy renunciando a un montón, y ello
hace de que cada nuevo libro que añado al petate un bien muy preciado.
Sí, señor, las listas sirven, ¡y tanto que sirven!
2 comentarios:
Seguiré tu ejemplo.
Va muy bien, Ferragus.
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