He acabado de leer La piedra lunar (en catalán), novela inglesa de
la época victoriana escrita por un autor llamado Wilkie Collins.
La obra lleva el subtítulo de “una narración amorosa”, pero en realidad lo
qué le salió a su autor es una de las primeras novelas de detectives que hubo,
cosa de la qué él quizá no fue ni consciente (no lo sé). Será a partir de
libros como estos que “la fiebre detectivesca”, como la llama un personaje,
dotará de contenido gran parte de la novelística que llamaremos de género en el
futuro, generando incluso personajes como Sherlock Holmes.
Pero, aparte de detectivesca, -con una trama muy agarrada por los pelos,
algo que es bueno saber-, esta sería principalmente una novela de personajes, y os diré algo: los
personajes principales (él y ella) me parecen totalmente faltos de interés: son
demasiado jóvenes, demasiado felices y demasiado faltos de contradicciones; no
tienen sombras. Me caen bien, ¿eh?, pero son tan inútiles como mimados por la
fortuna, y se nota que no han tenido que ganarse nada.
Los personajes secundarios, en cambio, son otra cosa. Y que la mayoría de
estos personajes tan bien caracterizados sean criados me parece que no es
casualidad. Solamente quien ha tenido que luchar para ganarse los garbanzos
contra el mundo hostil, sabe, puede saber, como son las cosas, y puede adquirir
las luces y las sombras que hacen falta a todo ser humano para ser completo. El
mayordomo lector del Robinson Crusoe, la doncella con pasado de ladrona,
el ayudante estigmatizado del médico... son profundos y conmovedores. Me ha
gustado leer este libro porqué los he conocido, y me parece que no voy a
olvidarlos. ¡Suerte tienen de ellos y de su sentido común los protagonistas
para salir airosos!
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