viernes, 28 de agosto de 2015

El peso del arte

Dicen que Beethoven, viviendo en Viena, cambió de casa setenta veces (¡!), trasladando en cada nueva mudanza su piano.

El piano como objeto físico, y que pesa.

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También leí una vez que, para Jane Austen, debía haber sido un equipaje muy pesado de trasladar las cajas con los manuscritos de sus novelas aún no publicadas cada vez que cambió de casa.

Los manuscritos como objetos físicos, y pesados.

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Es evidente que estas personas tenían una relación con ciertos objetos físicos que la mayoría de personas no tenemos. Que cuidaban de estos objetos físicos de una manera que la mayoría de nosotros no hemos experimentado ni hemos necesitado nunca.

Eran artistas, y su relación con estos objetos físicos iba más allá de los objetos en sí. Esta relación era la parte pesada y material de otra relación más etérea: su relación con su arte. El arte, que es incorpóreo, y que no pesa físicamente. (Puede pesar espiritualmente, pero esto ya sería otra cosa).

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Hoy en día las mudanzas son otra cosa, hoy en día todo cabe un lápiz de memoria...

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La parte física –y pesada a la hora de ser trasladada- de su arte se ha fundido como si fueran unos apuntalamientos de madera; nada ha quedado de ello. Solamente permanece la grandeza de su arte, como si todas las vivencias que lo provocaron hubieran sido ligeras, incorpóreas, inmateriales... Como si nunca hubieran tenido que cargar con nada pesado para crearlo.

Los objetos físicos se han fundido. Todo se ha fundido. Ellos se han fundido. Y solamente ha quedado la grandeza de sus obras; sus simonías, sus novelas; solamente ha quedado la grandeza de este arte...


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