Hablo del Tristram Shandy, famoso libro del siglo XVIII, que
finalmente he leído (en catalán).
Quizá os esperaréis que elogie su simpatiquísimo sentido del humor. Y es
así, este libro te pinta una gran sonrisa en la cara, y te dibuja muchas micro
sonrisas que como pétalos de flores van surgiendo durante la lectura...
Pero el libro no va de esto.
* * *
El libro del señor Laurence Sterne va del miedo a la muerte.
No de porqué morimos. Sino de qué debemos morirnos. Todos. Cada uno de
nosotros.
Este buen hombre se lo toma con simpatía y buen humor, lo esconde con mil
cortinas (¡cortinas!), pero se nota que le da mucho miedo morirse. ¡Y a quien
no!
Y es por ello que escribe este libro, porque está asustado.
Y el hecho que fuera predicador, y que en fondo fuera un descreído, acentúa
el sentido del humor, pero no rebaja ni un miligramo el miedo.
Este miedo que le hace saltar de un tema
al otro como si fuera un caballo del ajedrez. (Y ello le hace ser el
inventor del hipertexto, dudoso honor que la era informática ha magnificado
como si hubiera sido una masa enorme de agua y harina esperando crecer por la
cocción). Se escaquea, pero que al fin y al cabo su huída siempre le lleva allí
mismo, a la misma conclusión, y al mismo miedo.
Su vitalidad saltarina le lleva a la conversación, a la escritura, a reírse
del sexo (el humor del libro). Y al miedo. Y es que aunque este es un libro
gracioso, y que además cae en gracia, este es un tema del que nunca se ríe. Ni
un miligramo. Se puede reír de sí mismo, pero no de la muerte.
* * *
Su libro le ha sobrevivido. Mientras él hace años que cría malvas, que hace
años que finalmente ya sabe lo que hay en el otro barrio, que hace años que es
seguro que no volverá de más allá para explicárnoslo, su miedo a saberlo (el
más universal de los sentimientos), plasmado en este libro, sus chascarrillos
sobre lo qué algunos consideran una de las cosas más agradables y alegres del mundo,
sus saltitos y su pasmo por todo, le continúan permitiendo hacerse la pregunta
indefinidamente mientras haya lectores.
Se podría decir qué... ¿la venció? ¿Él, a quien tanto le asustaba?
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