Es que, si lo pensaras un poco... no escribirías. Y mucho menos lo
esparcirías por el mundo, algo así, lo qué escribes.
Solamente pensar que, para ser leído, al alcance de todo el mundo, hay una
parte de mí misma, una parte muy íntima de mí misma, se me llevan todos los
demonios.
Si fuera una persona razonable, me parecería que me falta un tornillo, por
publicar algo así. ¡Qué vergüenza!
La única cosa que me lo hace soportable es que... ¡hay tan poca gente que
lee! (¡Y tan poca gente que me lee!)
Los textos están ahí, está expuestos al alcance de todo el mundo, pero...
¿los lee alguien? Pues no. O muy poca gente. (Por cierto, ¡un saludo!)
Es que, por mis escritos, podría presumir de haber inventado: la fórmula de
la invisibilidad! En serio.
Por mi cabeza llena de trampas, saberme casi invisible es un gran bálsamo,
más todavía que poder escribir, más todavía que poder publicar y más todavía
que saberme leída. No llevo nada bien el sentirme al alcance de la crítica y de
la burla por mis escritos por parte de personas no blogueras.
Más que nada, escribo para encontrar los caminos dentro de mi cabeza. Y
esto a nadie le importa, aunque lo esparza y ponga esta lectura al alcance de
todo el mundo.
¡Ay! ¡Mi lector chino en la China, que lee en castellano!
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