Me siento a leer en la misma mesa en la qué normalmente me conecto a
internet con el ordenador; el ordenador está en otra parte. En seguida me fijo
en qué el libro ha quedado rodeado por todos los cables que normalmente debo
conectar al ordenador, y que ahora, con el libro, no es necesario conectar.
Para hacer que el ordenador funcione y haga mucho de entre todo lo qué puede
hacer necesito casi media docena de cables... Para exprimir todo el zumo al
libro no necesito ninguno...
Ya lo sé, los móviles y las tablillas –no estoy demasiado al día de la
tecnología-, quizá tampoco necesitan tantos cabes; el libro no necesita
ninguno... Y nunca va a necesitar ninguno.
* * *
Ya sé qué me diréis: “¡Ay, estos fetichistas del objeto libro!”. Pero es
así.
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