Hoy en día ya casi no se escribe a mano. (Excepto cuatro escritores
maniáticos). Como mucho se hace una lista de la compra, y para de contar.
Por ello a veces me parece que debe ser difícil observar, por alguien que
no escriba a mano habitualmente, que las enfermedades (tanto físicas como
mentales), y, sobre todo, la ingesta de medicamentos, echan a perder la letra,
la buena letra. De alguna forma, el estar enfermo destroza la firmeza del
pulso, y los espasmos de la mano que son las letras se desestabilizan, se
desequilibran, y se hace mala letra. Las enfermedades echan a perder la buena
letra.
Cuando empecé a tomar los primeros medicamentos por mi enfermedad mental,
entre otras cosas, perdí la buena letra, y creí que iba a ser para siempre, que
jamás volvería a escribir equilibradamente. Pero no, al cabo de un tiempo,
algún tiempo, casi sin darme cuenta, volví a recuperarla. El cabello que perdí
entonces no lo he vuelto a recuperar. El peso razonable, tampoco. Por ello,
supongo, considero más importante mi escritura que mi aspecto físico. En la
escritura parece que todo puede arreglarse, que todo puede volver a ser como
siempre; parece ser que el atractivo de la escritura no se evapora. El físico,
en cambio, con el paso del tiempo, los medicamentos, y el sobrepeso, es más una
batalla perdida, por ello procuro no darle demasiada importancia.
He vuelto a desequilibrarme otras veces, he perdido la letra otras tantas
veces, y siempre, al cabo de un tiempo, he recuperado la firmeza del pulso.
Pero ha habido épocas en la que mi letra era un garabato, y me he sentido
realmente impotente y preocupada, ya misma sintiéndome abatida, como una
especia de garabato. ¡Y no solamente por la letra! Por suerte ahora mi letra
vuelve a ser redondilla como siempre. Todo fuera tan fácil de resolver como eso,
que alguna vez me pareció tan preocupante. Ahora, también soy consciente que el
equilibrio quizá tampoco sea para siempre.
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