Me acuerdo que cuando,
por razones comerciales, se encargó a una escritora desconocida que escribiera
una segunda parte de Lo que el viento se llevó, aquella escritora dijo
que, para meterse en el libro y entrar en conexión con la autora, había copiado
a mano todo el texto de la novela. Aquello me impresionó. No se puede negar que
este gesto es de un romanticismo pasado de moda, (¡a mano!, ¡un libro tan
gordo!), pero que es muy sugerente.
Pero resulta que el otro
día me enteré que Margaret Michell había acabado de dar forma a Lo que el
viento se llevó asesorada por personas de la editorial que quería
publicarle... (Ella tenía una masa indiferenciada de material que no sabía como
rematar, y ellos la ayudaron.) Pensado un poco, me doy cuenta que la escritora
desconocida que escribió la segunda parte también debió recibir este tipo de
ayuda, y eso de haber copiado el texto de la novela a mano debía ser más un
mensaje del marketing que otra cosa, sin quitar que pueda ser verdad.
Saber que Lo que el
viento se llevó, una novela que a mí me apasionó, y que consideraba fruto
de la imaginación y del recuerdo de la vida de su autora fue un producto de
marketing me ha decepcionado mucho. Qué queréis que os diga... Me doy cuenta
que ayudar a un autor o autora a acabar de cuadrar el material debe ser una
tónica editorial habitual, pero me desilusiona un poco. Este no es el tipo de
escritora que yo querría ser, ni este es el tipo de libros que me parece que
debería leer... En todo caso, yo todavía no he sido capaz de escribir una
novela, en cambio Margaret Mitchell consta ante la historia como que sí.
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