martes, 12 de junio de 2012

Hábitos de lectura

Cuando leía novelas, tenía cuatro o cinco de empezadas al mismo tiempo. Cuando hice la transición a leer libros de poesía y ensayo, y aparqué las novelas, al principio el hecho de empezar libros se me desbocó, y llegué a tener cuarenta y siete de empezados, casi cincuenta. Un día me desperté ¡y me pareció una barbaridad! ¡Que modo de engañarme a mí misma!

En un par de años (o quizá tres o cuatro), he conseguido reducirlo a diez libros empezados leídos al mismo tiempo, (muchos acabándolos, algunos dejados para más adelante...). (Y soy pefectamente consciente que tener diez libros empezados al mismo tiempo no es lo que se dice “normal” del todo.) Ahora tengo sólo diez libros empezados y dos impresiones (eso de las impresiones son revistas o textos extraídos de internet). O sea que tengo doce materiales de lectura empezados. Me ha costado reducirlo, porqué periódicamente tengo ganas de empezar un nuevo libro, como un apetito. Hubo una época en que libro nuevo que me compraba, libro nuevo que empezaba: me moría de ganas; y como que siempre he sentido la necesidad suprema de acumular libros, así fue como la cantidad de libros en proceso de lectura se me debocó sin ser consciente de ello, cuando en la época en que leía sobretod novelas acostumbraba a tener como mucho cinco de empezadas a la vez, o menos.

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La sensación de ganas de empezar a leer un nuevo libro la tengo a menudo, sobre todo cuando observo el montón de los libros que estoy leyendo en aquel momento y me animo a mí misma a acabarlos.

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He observado que des que no hago caso de esta sensación de empezar a leer un nuevo libro, y no empiezo tantos, no tengo necesidad de comprar tantos de nuevos, pasa más tiempo entre una vez y otra que he de ir a la fuerza a la librería. Es como si hubiera una relación de vasos comunicantes entre la necesidad de empezar a leer un nuevo libro, la necesidad de acapar libros que me hace sufrir tanto y el miedo de quedarme sin material de lectura, que es lo que me pasa en pesadillas recurrentes. Desde que he puesto el amarre a empezar a leer un nuevo libro, y he empezado a dirigir las ganas de tener uno nuevo, la necesidad de poseer libros no me agustia tanto como antes, poco a poco voy controlando mi adicción.

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También me pasa otra cosa con los libros que leo: que, cuando he leído un trozo, me saturo, necesito “asumirlo”, y descansar, a veces un  día, a veces más, para volver a “querer”, para volver a tener ganas de ponerme, sobre todo si la lectura es espesa y me ha exprimido.

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Cuando me enfrento a la lectura de un nuevo texto, sobre todo si es un texto difícil, siempre hago una primera lectura ligera: se trata de “roturar” el terreno, de hacerme un mapa mental del lugar que ocupa en el mundo, una primera lectura que se tira como el primer sorbo de un catador de vinos, y en la que no me entero de gran cosa, si es que el texto es complicado. Posteriores lecturas habrán de venir a sacar una cosecha real. Dicen que los libros se debe releer, pero no todos los libros que se leen merecen ser releídos, hay que saber cribarlos.

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Llegué a tener hasta cincuenta (cuarenta y siete) libros em empezados. Me encanta empezar un nuevo libro, necesito empezar a leer un nuevo libro periódicamente.

En cambio, me cuesta acabar los libros. Cuando leía novelas me encariñaba con los persoajes y no quería que compartir aquel mundo se acabara. Acabar un libro es una separación, una renuncia. Me acerca a aquel momento anti-mítico en que podría quedarme sin material de lectura...

He de aprender a releerlos un tiempo después de haberlos acabado. Así acabarlos no será tan traumático, y sabré que la separación no es para siempre.

He de aprender a no empezar tantos, a no tener tantos en proceso de lectura, a acabarlos más rápido, y a acabar más. Des que me di cuenta, acostumbro a acabarlos todos, aunque me cueste. Me cuesta por impaciencia de empezar uno nuevo; ahora no empiezo uno si no he acabado uno.

Escoger el próximo libro a leer, decidir que será “este”, es una aventura intelectualmente estimulante en la vida de una lectora. Es aprender a apostar cada vez por un nuevo libro que no sabes si valdrá la pena de ser releído.

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