lunes, 9 de mayo de 2011

Falta de reflejos

Cuando estudiaba me pasó una cosa de la que aprendí una lección. Un día, volviendo con el tren, me encontré un vecino de la calle un poco mayor que yo que sólo conocía de vista (aunque así y todo sabía que era una persona de fiar, al fin y al cabo era de mi calle) que me invitó a ir al Virgin, aquella tienda de discos que hubo durante un tiempo en el centro de la ciudad. Yo sabía que iban a cerrarla pronto (la cerraron al poco tiempo) y me moría de ganas de ir, pero jamás se me habría ocurrido ir yo sola. Y mira por donde que alguien que conocía, aunque solamente fuera de vista, y en quien podía confiar me invitaba a ir. Primero le dije que no, porqué la invitación era un pelín precipitada, pero al final las ganas de ir a la botiga de discos pudieron conmigo y le dije que sí.

Y fuimos. Y vi la tienda de discos, que era fantástica y te podías pasar horas y horas mirando y escuchando cosas, aunque no compraras nada (y nosotros aquel día no compramos nada). Pero te lo pasabas estupendamente aunque no compraras nada. O sea que llegamos a la tienda, y como que tampoco nos conocíamos mucho, fuimos cada cual por su lado a mirar la música y quedamos en encontrarnos más tarde.

Cuando nos marchamos aquel chico estaba enfadado, muy enfadado. Primero yo no entendía qué le pasaba, pero al final lo entendí, no era tan difícil: él no me había invitado a ir allí para ver la tienda de discos, él lo que quería era compartir un ratito conmigo. Y como que había sido evidente que yo había ido a la tienda por las ganas de ir a la tienda misma y no para compartirlo con él, se enfadó.

Aquel día aprendí que lo más importante no es el lugar donde vas, sino la persona con quien vas, y si quieres compartir un ratito con aquella persona o no. Él me había invitado a ir a la tienda de discos y yo había aceptado de ir a la tienda de discos, que tenía muchas ganas de ir, jamás se me pasó por la cabeza que quisiera nada más; evidentemente si se me hubiera ocurrido no habría aceptado ni le habría hecho pasar un mal rato, algo que me supo muy mal. Me habría gustado que acabáramos amigos, aunque no tuviera que pasar nada entre nosotros, pero des de aquel día no me ha vuelto a dirigir la palabra. Y supongo que es por culpa mía. Jamás debería haber aceptado sólo por el egoísmo de ir allí acompañada, aunque tuvieran que cerrarlo al cabo de poco. Tal y como yo sospechaba,  aquella fue la útima vez que pude ir. Y aquel lugar me gustaba muchísimo. Así y todo, me fallaron los reflejos.

O sea que aprendí la lección que no se trata de ir a los lugares en si, ni las muchas ganas que puedas tener de ir a un sitio, sino que lo más importante es con quien vas y qué lleva a la persona con quien vas a ir a ir allí contigo, y si tu quieres lo mismo o no.

No se debe ir a los sitios, se debe ir con las personas.

1 comentario:

Ferragus dijo...

Debió insistir con otra invitación…