domingo, 27 de febrero de 2011

Quemar la vela

Ayer oía por la radio que un artista a quien yo admiro mucho – y que ahora ya está muerto- empezó a tomar substancias estupefacientes para ayudarse a poder actuar en más de tres-cientos conciertos al año. Lo primero que me viene a la cabeza es: ¿para que narices necesitaba hacer tantos conciertos al año? ¿Era algo más que su ambición lo que le empujaba? Seguramente no necesitaba hacer tantos conciertos al año para sobrevivir... Claro que la cosa cambia, cuando, en vez de hablar de ambición, hablamos de exigencia artística, y del nivel que él quería dar como artista, que puede venir dado por una necesidad interior de autoexigencia y puede no tener nada que ver con las ganancias de cada concierto. Es evidente que los discos que tengo de él y que tanto me gustan quizá no serían lo mismo si él no hubiera hecho tres-cientos conciertos al año (aunque soy consciente de la posibilidad de trucar los discos, pero sé que él no sonaba muy diferente). Me parece legítimo que un artista –o cualquier persona en su trabajo- aspire al máximo de auto-exigencia. Pero a veces estamos tan ocupados en querer siempre más que no nos damos cuenta que hemos empezado a quemar la vela por los dos lados. Y a veces lo hacemos por cosas que, en realidad, no necesitamos, o que podríamos pasar con menos... No digo que no se deba tener ambición o exigencia hacia el propio trabajo o el propio arte; sólo digo que debemos saber darnos cuenta de cuando la bala que quemamos en el cañón de los objetivos somos nosotros mismos...

No hay comentarios: