domingo, 22 de agosto de 2010

Mi castillo por unos zapatos

Un lunes cualquiera, a primera hora, yo estaba solita bajo la arcada de una céntrica plaza gironina esperándome a que abriesen una tienda, que iban tarde. Me entretenía observando a la gente que pasaba, unos más apresurados que otros. De repente, veo que se dirige hacia mi llena de decisión una chica joven un poco mayor que yo guapísima con ropa nueva y elegante y una profunda mirada de anhelo. Venia hacia mí con una convicción que me dejó sorprendida e incluso me asusté. ¿De qué me conoce esta tía, pensé? ¡Debe estar loca! ¡Socorro! Pero resultó que cuando llegó a mi altura pasó de largo... ¡Lo que se miraba con ese anhelo era lo que había detrás de mí! ¿Y qué había detrás de mí? ¡El escaparate de una zapatería! Se lanzó hacia aquel escaparate con toda su energía (faltó poco para que lo acariciara con las manos extendidas) y al saberse ante él incluso los músculos de los hombros se le relajaron. Miró los zapatos un momento con una tierna sonrisa y se apresuró a entrar, puesto que aquella tienda sí que estaba abierta. ¡Válgame dios, pensé! ¡Si que hay gente terele por el mundo! ¡Todo esto por unos zapatos! (Con lo bien vestida y bien calzada que iba, seguro que debía tener el armario lleno.) ¡Una adicta a las compras! Pero a veces vemos la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga en el ojo propio... a mí la roba y los zapatos no me dicen nada, pero quizá yo no sea consciente de ello, y, cuando me acerco a una librería, tenga la misma expresión... el mismo anhelo adictivo que espera la descarga de la adquisición...

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