viernes, 18 de junio de 2010

La dudas del día

A veces debo parar de escribir el blog y desconectar porqué el blog me pesa. El hecho de saber que alguien lee lo que escribo es maravilloso, sí, pero también es correoso. Es como si alguien estuviera espiando por una ventanita de mi alma de la que no puedo controlar exactamente la obertura. ¿Qué debe pensar la gente de mí? ¿Qué debe pensar aquella persona concreta que tiene una vida de éxito a pesar de la crisis y que está integrada en la sociedad? ¿Qué debe pensar aquella persona enamorada? ¿Qué puede pensar de ello un inmigrante sin hogar? Sé que, si viera la reacción de los lectores cuando publico cada post, lo que piensan realmente, escribiría diferente e intentaría limar todo aquello que no gusta o con lo que el grueso principal de los lectores no está de acuerdo. Soy, así, en la vida real, intento gustar, contemporizar, someterme. No me gusta ser así pero soy una persona que siempre intenta evitar los conflictos y que procura dar la razón a los demás, o como mínimo expresarlo con palabras con las que los demás puedan sentirse comprendidos. Por ello soy mucho más manipulada de lo que yo soy capaz de manipular. Cuanta más ascendencia tiene sobre mi una persona, más la razón le doy. Aunque a mí me gusta mucho tener razón, pero siempre procuro encontrar un punto de equilibrio en el que nadie pueda sentirse descontento. Evidentemente, no saber lo que piensan mis lectores de lo que escribo, o ya más directamente de mí, representa una gran ventaja para mi espontaneidad y a la hora de escribir para complacerme a mi misma. Si viera que tal o cual tema gusta o que tal o cual manera de hacer tiene éxito, no me apartaría de ella. Si viera que hay algún tema que mis lectores encuentran aburrido intentaría evitarlo. Lo haría inconscientemente, sólo por el natural deseo de agradar. Es decir, que acabaría escribiendo para los demás en vez de escribir para mí misma. Es muy fácil que a un escritor le ocurra eso. Por tanto, desconocer la reacción de los lectores es fundamental para mí para ser capaz de seguir mi propio camino. Pero sé que hay lectores, y que, aunque yo no sepa su opinión, tienen una opinión, existe una actividad en su cerebro destinada a evaluarme. Aún tengo que aprender a convivir con ello. No puedo pretender que no me importa. Por ello me ha pasado tantas veces que he decidido amainar velas con el blog. Me avergüenzo un poco de decir según qué, me avergüenzo de mis pretensiones, me avergüenzo incluso de pensar que esto que hago es importante. ¡Me ha pasado tantas veces que he decidido amainar velas! Pero siempre vuelvo al lugar del crimen. Me gusta mucho escribir el blog, no puedo decir que lo haga por obligación... pero... no quiero explicar tantas cosas de mí. No quiero que haya gente en el mundo que ni conozco que tiene una opinión sobre mí y que quizá sabe más cosas de mí que la gente de mí alrededor. Siempre había querido ser escritora, pero por la parte de manipular las palabras, no había tenido en cuenta la parte de los lectores... lo que pueden pensar los lectores... No acabo de asimilarlo, esto. Quiero escribir y ser leída, pero también quiero pasar desapercibida. Aunque en principio podría parecer divertido encontrarme a alguien que no conozco y que haya leído mi blog, me parece que me haría más bien poca gracia... Huiría despavorida. Ya lo ha hecho, de hecho, y me sabe mal. Es que no sirvo demasiado para la vida real. La parte de la escritura que es escritura no me representa ningún problema, pero la parte de la escritura que comprende la socialización de la escritura... Aunque yo escribo para ser leída, claro. ¡Pero lo ideal sería ser leída por un chino en la China! (Un chino que leyera castellano, evidentemente.) Alguien que está lejos y que no puede influirte a la hora de seguir tu propio camino. O sea que ya lo sabéis: si no sois un chino en la China que lea castellano, estáis “desinvitados” a leer el blog... y a meteros en mi vida... o en mi escritura... Aunque sé que lo haréis igualmente. A ver si puedo volver a escribir con despreocupación y sin el lastre añadido del “qué pensaran de mí”.

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