domingo, 28 de marzo de 2010

Imbecilidad colectiva

Ayer, mientras se celebraba “la hora del planeta”, esta acción absurda que consistía en apagar todos los aparatos eléctricos, yo encendí todas las luces de la casa, la radio en todas las habitaciones, la tele, el secador, el microondas, el mini-pimer, el horno, la vitrocerámica, la máquina de hacer pan, la maquinilla de afeitar y el cargador del móvil. Además, me comí un bistec. (Por aquello de que el ganado bovino contamina tanto.) Cuando hubo acabado la hora volví a gastar la energía de siempre: exactamente lo mismo que hicieron todos los que apagaron las luces y los aparatos. ¿Qué casualidad, no? (Sólo que ellos se sentían “buenas personas”, y yo me sentía lo que es un ser humano sin poder evitarlo: un animal depredador que modifica el medio para sobrevivir. Podríamos volver a las cuevas... ¡aquello sí que era ecológico!) Representa que durante esta hora debíamos reflexionar (como aquel que se confiesa) sobre qué puede hacer cada uno de nosotros para salvar el planeta... A mí no me hace falta guardar una hora especial para hacer eso, y os aseguro que las conclusiones a qué llego no se parecen en nada a la necesidad de hacer una hora de “ayuno”. Por qué es eso: esta acción es una penitencia dentro de un mundo de mentalidad judeo-cristiana. En este caso, nos hacen pedir perdón por existir. ¡Imbecilidades colectivas a mí!

(Puntualización: la mitad de los aparatos eléctricos citados no los tengo, se trata de un recurso literario... pero, si los tuviera, ¡los habría enchufado!)

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