jueves, 10 de diciembre de 2009

Leyendo todavía a Sylvia Plath

Recordando vagamente lo que escribí sobre estos poemas, me doy cuenta que quizá fui un poco frívola. No me di cuenta del sufrimiento, del inmenso sufrimiento que debe sentir alguien para escribir eso. De la prefiguración de la propia muerte. Es terrible. Que alguien haya escrito unos poemas así es terrible. Estos poemas son terribles, no en lo que respecta a su calidad, sino por el contenido. Que alguien pueda llegar a sentir así y que no haya ninguna persona de estas mal llamadas “humanas” para ayudarla... Estos poemas son un terrible grito de socorro, una manera de llamar la atención sobre el sufrimiento de quien los escribe. Son un aullido terrible. Y algunos lectores todavía hablamos frívolamente de su “calidad literaria”. Una persona sufre y nosotros hablamos de su “calidad literaria”... (Quiero decir que el mismo sufrimiento, expresado en versos mediocres y sin vívidas imágenes... ¿qué?) Evidentemente, el mensaje nos llega porqué hay esta calidad, pero... escribí que unas ganas de morirse como estas, lo que provocaban era repugnancia. Eso fue la primera impresión... pero, leyendo más a fondo, me doy cuenta que lo que hacen es mover a una unánime compasión, un deseo de hacer algo para aliviarlo. El deseo que pudiera encontrar un momento de alivio antes de su drástico final. Los poemas debían ser el alivio, claro. Expresarse siempre saca pesos de encima. Saber que alguien, algún día, como ahora hago yo, leería esto y la llamada le llegaría. Aunque ya fuese demasiado tarde. Son un grito de ayuda, la expresión de la desesperación absoluta. Sylvia Plath hace filigranas con la desesperación absoluta. Continuo leyendo, pero ya no lo hago para captar imágenes. Ahora lo hago para acompañarla, para que su mensaje me llegue. Ella necesitaba que su mensaje llegara a alguien, alguien que se preocupara por ello. Cuesta, pero. Leo y me tiño de añil. No puedo responder a la llamada. La voz aúlla, tan cercana, y ya no está aquí, fue vencida, en un país lejano, lejos de casa, hace mucho tiempo. Leo, pero... no creo que sea una lectora a la altura de estos poemas. No creo que sea una lectora a la altura del dolor. Y tampoco creo que toda esta panda de feministas que se llenan la boca con la trascendencia de estos poemas lo hayan sido. Estos poemas quieren intimidad, no el sectarismo pamfletario que a veces existe alrededor de la autora. No puedo estar a la altura para ayudarla... sólo puedo leerlos y sentirlos en la intimidad, y no quiero hacer ningún pamfleto. Sólo podría estar a la altura alguien que los tiñese con su propia desesperación. Y a mí me quedan muchas sonrisas, todavía, aunque haya veces que no me lo parezca.

1 comentario:

Ferragus dijo...

Es bueno dar ese tipo de mirada que propones, Clara: Lejos de la convocatoria; de la trascendencia “literaria”. Quedar a solas con la obra, sintiendo el latido vital del que está hecha.
Christine Jeffs llevó al cine la vida de Sylvia Plath en una producción del año 2003.