miércoles, 25 de junio de 2014

La fuerza que traspasa

Me acuerdo del cursillo de escritura creativa (presencial)... Para mí era muy curioso ver como algunos escritos de alumnos (compañeros míos de clase) que eran personas sin demasiada formación, que se veía claramente que no habían leído nada en toda su puñetera vida, y que no dominaban las herramientas de la lengua, conseguían no obstante la atención de toda la clase, y sus textos, que a algunos podían gustarles, a otros no, (alguno era realmente repugnante), causaban impacto entre los demás alumnos y todo el mundo esperaba expectante que leyeran. (Otra cosa no, pero morbosidad...)

¿Por qué, pensaba yo, estas tres personas que no saben escribir, que no leen libros, escriben textos más impactantes que las personas que intentan “ser literarias” y que son capaces de componer textos más bien acabados gramaticalmente?

Digamos que aquellos que habían leído más “se inventaban” las historias, intentaban imitar alguna cosa que habían leído, en cambio aquellas personas sin demasiada formación no tenían más remedio que explicar escenas de su vida, que por triviales e irrelevantes que fuesen, por el hecho de ser auténticas cogían una fuerza insospechada, por más que los textos no estuvieran bien acabados literariamente.

Una persona hablaba de ir a beber una caipiriña y todos ya nos veíamos con la copa de caipiriña entre las manos... Y no explicaba nada más que eso, que había ido con unos amigos a beber una caipiriña... [Ostras, ¿no os pasa que siempre que alguien dice “caipiriña”,  os viene a la cabeza Ronaldinho?]

Otros textos eran más radicales y yo pensaba... ¿qué tiene eso tan horrible que interese? Y lo único que tenía era la visión desesperada de la vida (auténtica) de la persona          que lo escribía... Era más morbosidad que nada más, pero conseguía la reacción del auditorio. Una escritura babosa, una visión de la vida asquerosa, una personalidad desestructurada... y todo el mundo escuchaba.

Aquellos textos, aunque no fueran demasiado buenos, tenían mucha fuerza, tenía la fuerza de la autenticidad. Despedida para siempre la noción de “verosimilitud”, pensé que quería escribir algo con aquella fuerza, algo que traspasara la calidad literaria (a veces un pelín acartonada) y se hiciera escuchar... Algo que se llevara los peluquines de los calvos... (aunque me parece que ahora, con la cirugía, esto de los peluquines ya no se lleva...). Que quien lo leyera se diera cuenta que comunicar aquello era importante, una urgencia del espíritu, que representaba un alivio... Pero también quería tener calidad literaria, no quería quedarme en la simple morbosidad...


Fuerza y contención, como en los antiguos manuales del los arqueros zen... ¿Y alguien ha dicho nunca que escribir sea otra cosa que lanzar flechas para traspasar el mundo, la vida de cada día, las personas con las que no nos encontraremos jamás en el autobús?

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