viernes, 26 de agosto de 2011

La espiritualidad de los objetos

El otro día escuchaba una entrevista por la radio en la que el entrevistado dijo algo muy acertado en que ya había pensado así por encima algunas veces. Dijo que los usuarios de internet a veces acumulamos archivos e información en nuestros ordenadores como quien tiene el síndrome de diógenes. (El síndrome de diógenes es aquella enfermedad que sufren los que hurgan en los cubos de la basura buscando objetos.) Los que tiene el síndrome de diógenes no pueden evitar acumular objetos, aunque sean objetos que no tengan ningún tipo de valor para nadie más, y son incapaces de tirar nunca nada. El síndrome de diógenes tiene su refinamiento en el coleccionismo, supongo, en que ya no se acumulan objetos al azar sino aquellos objetos relacionados con la colección que se hace y que interesan particularmente. No hace falta ser muy listo para deducir que los que acumulamos libros compulsivamente sufrimos una versión cultural del síndrome de diógenes, o de esta necesidad de acumular cosas que para los demás no tienen  ningún tipo de valor.

Pero yo hablaba de los materiales que acumulamos en nuestros ordenadores: películas, música, fotografías... y que podemos encontrar fácilmente hurgando en este cubo inacabable que es internet. Si tienes un pisito pequeño en que no caben demasiadas cosas, puedes llenar discos duros y pen-drives de objetos virtuales y saciar así tu necesidad de acumulación. Paradójico es el caso del adolescente que tiene en su ipod 5000 canciones de Caetano Veloso y que luego sólo escucha realmente a Shakira... De las cosas que nos bajamos de internet, ¿cuántas las usamos realmente y cuantas las tenemos sólo por nuestro afán de acumular? (Esta pregunta también se podría aplicar a los objetos del mundo real que acumulamos a nuestro alrededor.) Las cosas que acumulamos pero no necesitamos realmente, por el hecho de estar y “pesar” en nuestra vidas, ¿representan un lastre? ¿Llenan nuestro “horro vacui” pero nos impiden ver lo esencial? ¿O simplemente los objetos que nos envuelven y que son “nuestros”, aunque no les necesitemos, nos acompañan en nuestro camino por este mundo lleno de soledades humanas? En nuestro mundo de producción en serie donde la vida de los objetos está regida por el obsoletismo se ha perdido la relación espiritual con cada objeto único y personal que determinaría del carácter distintivo de nuestra individualidad. Solamente las personas con muchos recursos y que tengan muy  buen gusto se pueden permitir acumular objetos realmente valiosos, únicos o de gran belleza estética, hechos para durar. Al resto se nos permite el plástico y la tecnología.

El ser humano es el gran acaparador, y a mí me ha costado mucho aprender a no ser compulsiva en mis búsquedas por la red, aprender a no acumular datos por acumularlos, y luego no tener jamás tiempo para leérmelos bien. (También con los libros, aprender a no comprar libros al tun tun.) Pero saber que al final casi todo lo que tengo acumulado está relacionado con la consecución de mi objetivo en la vida me da una especie de orden interior. Ya que no puedo evitar sucumbir a mi necesidad de tener cosas, miro de  acumular siguiendo una lógica, lógica que procuro no esté dictada por los medios de comunicación ni por la necesidad de hacer grandes gastos. Dicen que no se debe tener, se ha de ser. Por eso procuro que el valor de las cosas que tengo no se acabe en el placer de poseerlas, en satisfacer el afán de acumulación, sino poseer cosas que también me ayuden a ser, que satisfagan mi espíritu y no sólo mi instinto. De aquí a hacerse coleccionista de libros, hay un pequeño paso...

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