sábado, 17 de abril de 2010

Indiana café

Tarde o temprano ocurre: he de salir de casa. Y entonces veo como el mundo deja su huella dolorosa sobre mi alma, y no soy yo quien forja el mundo, como ocurre en casa cuando escribo. Me cuesta ubicarme en el mundo tridimensional, me agoto, me desespero. Dentro de casa, en las dos dimensiones del papel en blanco, me siento mucho más segura. Dentro de casa, en las dos dimensiones del papel en blanco, imagino como será mañana, cuando salga de casa. Pero sé que es inútil, porque el mundo continua a su aire y nada de lo que yo pueda planificar me sale jamás igual enfrentado a la realidad del mundo exterior. Mañana saldré de casa y el mundo me afectará, la gente del mundo me afectará, la gente que camina por las calles, la gente que se sienta en las terrazas de los bares, la gente en los coches, el tráfico. Y nada será como me lo he imaginado en la vigilia. No puedo moldear el mundo real como modelo las palabras ante la hoja en blanco. Por ello, salir de casa, aunque sea para ir a tomar un café, es toda una aventura.

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