martes, 15 de diciembre de 2009

El exprimidor

Eso de escribir también tiene su peaje... Aunque los textos, una vez listos, no parezcan gran cosa, la construcción de algunos me pide un gran esfuerzo de concentración. Estoy tan metida en ellos que no “veo” las faltas de ortografía (¡faltasas!) que voy haciendo, no veo nada más, sólo veo lo que quiero decir. Y me apasiono y... cuando acabo estoy en un estado de exaltación importante, parecido a la embriaguez. No siempre me pasa eso, ¿eh? Sólo a veces... Ya sé que estáis pensando: ¡mira por donde esta se coloca escribiendo! Quizá incluso podríais tener razón. El caso es que durante un rato después de haber hecho el esfuerzo estoy en un estado que describiría como cuando alguien que ha sacado la cinta de casset de las guías (que quedaba la cinta toda arrugada) y que se viera en la necesidad de volver a atornillarla. Mi cerebro en aquellos momentos es la cinta de casset arrugada y esperando ser recompuesta. Es bajar un peldaño en el camino de la locura; la cabeza me queda en un estado de gran fragilidad; me vienen unas inmensas ganas de parlotear y de decir tonterías. No podría hacer mucha vida social cuando estoy en este estado. En momentos como este, estar sola, familiarmente sola, es una bendición para mí. De todas formas, no porqué me quede una rato fuera de mí dejaré de estrujarme... no podría.

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